Tienen, por eso no lloran,/de plomo las calaveras.
Federico García Lorca, Romance de la Guardia Civil Española
We are such stuff as dreams are made on, and our
little life is rounded with a sleep. 'Estamos hechos de la materia de los
sueños y nuestra pequeña vida está redondeada en un dormir'.
William Shakespeare, The Tempest
El tiroteo del 20 de julio de 2012 en los Estados Unidos
revela lo que son como país. Todo coincide de modo didáctico: un joven de 24
años, solitario, tímido, amable, atípicamente inteligente, James Holmes, abulta
un desproporcionado depósito de armas de fuego y explosivos. ¿Para algún enemigo
formidable? Nadie en particular y muchos en general, porque acude a un cine a
disparar sobre la multitud, durante el estreno en Aurora, Colorado, del más
reciente capítulo de la saga Batman. Estaba bajo los efectos de un sicotrópico
llamado Hidrocodona/Paracetamol, comercialmente conocido como Vicodin, para
asegurarse sangre fría. Sabía lo que estaba tomando porque es un distinguido
graduado en neurociencia. Se identificó ante la policía como El Guasón, el
inteligente y sádico personaje de la serie.
Plantó además en su apartamento un sofisticado sistema de
explosivos y un temporizador que a medianoche, media hora antes del ataque en
el cine, encendió automáticamente un equipo de sonido a todo volumen, para que
cuando la policía irrumpiera en el lugar, tal vez a la misma hora del ataque en
el cine, se produjera una explosión de magnitud impredecible en un edificio
residencial. No ocurrió así, pero se produjo otro espectáculo con el
desmantelamiento de los explosivos. Esta vez faltaron algunos detalles típicos:
no se suicidó, por ejemplo. No invocó, hasta ahora, causas mesiánicas y
megalómanas, como Anders Breivik, el noruego que mató a 77 personas casi
exactamente un año antes, para salvar del Islam a su amada patria. Parte de la
locura de Breivik es insistir en que no está loco, como don Quijote. O tal vez
los locos somos nosotros. Edgar Morin dice que homo sapiens es también homo
demens y homo hystericus.
Pero permanezcamos en los Estados Unidos. Imaginariamente,
digo.
Desde los atentados de la escuela secundaria Columbine, no
lejos de Aurora --donde en 1999 dos alumnos mataron a 13 de sus compañeros--,
ha habido en los Estados Unidos un sinnúmero de asesinatos en masa. He aquí una
relación: http://j.mp/NIQvgD. Un buen análisis de lo ocurrido en Columbine es
el documental Bowling For Columbine, de Michael Moore. De eso hablo en
«Pequeños asesinatos», en http://j.mp/LEHLLy. Otro distinguido asesino en
serie, aunque no de los que tirotean multitudes sino de los que van
pespunteando asesinatos aquí y allá, es Theodore John Kaczyński el llamado
Unabomber. Enviaba bombas a personas escogidas para llamar la atención sobre su
mensaje de salvación de la humanidad, modestamente, http://j.mp/LEWwcx. Como
Cerebro, el amigo de Pinky.
Son entramados simbólicos y axiológicos de los que todos
portamos un holograma, en fantasía tanto como en realidad. En este holograma la
realidad y la ficción se confunden en una misma entidad: la proyección de una
película violenta se revuelve con un hecho real de violencia. No he visto este
filme, pero se conoce demasiado el género como para no imaginarla.
Es horrible conjeturar lo que sucedió, lo cuentan los
sobrevivientes, que en los primeros instantes creían que el tiroteo era parte
de los efectos especiales, cada vez más espectaculares y la principal atracción
que promete Hollywood. La industria cinematográfica sobrepasa en cada nueva
camada los límites de lo verosímil. Por eso no es extraño que la gente
confundiera el tiroteo real con el ficticio. Como cuando salí hace años de ver la
película Brasil, de Terry Gillian, en el cine de Parque Central, en Caracas. Se
nos perdió el auto en el laberíntico estacionamiento y me preguntaba: ¿Cuándo
va a terminar esta película? Es que la arquitectura que aparece en esa película
es lo más parecido a Parque Central que he visto. «La vida imita el arte más
que el arte imita la vida» (Oscar Wilde, The Decay of Lying). Se ha llamado la
antimímesis.
Estamos de lleno en la vida imitando el arte. Porque ese
joven James Holmes, que perpetró el asesinato en Aurora, actuó en la realidad
imitando una película violenta. Igual que los espectadores, no sabemos dónde
está la realidad y dónde la ficción. Pero la confusión va más allá de esa
madrugada del 20 de julio de 2012.
Es que también ocurrió con las Torres Gemelas, cuyo
derrumbamiento se vio primero en el cine. En la noche del 11 de setiembre de
2001 pasaron escenas de varias películas que no se distinguían del hecho real.
Y los investigadores recurrieron a guionistas de Hollywood para prevenir cómo
podrían ser nuevos atentados. Sociedad del espectáculo en que para que algo
exista tiene que estar en pantalla, como en Uqbar o en Tlön --volveremos sobre
esto. Por esa razón Jean Baudrillard escribió un libro llamado La Guerra del
Golfo no tuvo lugar, porque no la vimos por la televisión. Se refería a la
primera Guerra del Golfo, la de Bush padre. La nueva, la de Bush hijo y Obama
la tenemos hasta en la sopa. Una no existió y la otra existe demasiado.
Se ha discutido mucho y ociosamente si la violencia en la
televisión induce a la violencia real o si es al revés. Al menos en los Estados
Unidos es un fenómeno mutuamente provocado, recursivo. La violencia televisada
es hija de la violencia real y la violencia real es hija de la violencia
televisada. Cada vez se parecen más, hasta llegar a la confusión
realidad-fantasía de aquel cine de Aurora.
Estamos ante los Estados Unidos, el país más violento del
mundo, que ha lanzado dos bombas atómicas sobre población civil y tiene un
arsenal apocalíptico en sus silos, como para acabar siete veces y media el
planeta, según Alexander Haig, entonces secretario de Defensa; un imperio que,
como en la novela 1984, de George Orwell, está en guerra perpetua contra la
humanidad; que actualmente sostiene dos guerras abiertas (Afganistán e Irak),
acaba de perpetrar otra (Libia), amenaza con otras más (Irán, Siria…) y
mantiene en jaque al mundo y particularmente a la América Latina, a la que Bush
hijo y Beatriz de Majo, tan simpáticos, llaman el patio trasero de los Estados
Unidos. La secretaria de Estado Hilaria Diana Rodham Clinton larga una
carcajada pública en el momento de enterarse del linchamiento de Gadafi. Dijo:
«Llegamos, vimos, murió», tan graciosa. Los Estados Unidos participan además en
innumerables acciones de desestabilización, golpes fríos, atentados,
terrorismo, secuestros, conspiraciones, financiamiento y entrenamiento de
terroristas y de grupos de ultraderecha, como los estudiantes «manos blancas» y
nalgas frescas de Venezuela, y esa cosa extraña y merodeadora que llaman Al
Qaeda, que siempre aparece oportunamente para los Estados Unidos, como el
personaje genial del Quijote, Ginesillo de Pasamonte, que surge cuando uno
menos lo espera, aunque inmediatamente vemos que era de cajón esperarlo. Son
los juegos de espejos de Cervantes en ese libro-universo que llaman Don
Quijote.
El niño de hoy en día ya no se espanta fácilmente, como
intento demostrar en «Qué feo», en http://j.mp/nSumlW. Una sobrepuja de
horrores intenta destronar el mayor de todos: Medusa, la Górgona de cabellos de
serpientes, cuya imagen horrenda causaba tanto terror que la gente se volvía de
piedra, hasta los héroes. De su cabeza tronchada nace el ser más dulce de la
mitología: Pegaso, el caballo alado. Recién nacido, Pegaso vuela hasta el monte
Helicón, donde da una coz a una gran piedra, la parte en dos y de allí nace el
Arroyo del Caballo o Hipocrene. Quien bebe de ese riachuelo se vuelve poeta. El
mito es tan hermoso como pavorosa es la madre de Pegaso.
Y ya que estamos en el horror, digamos el máximo de ellos:
los Estados Unidos gastan en guerra una cifra que sobrepasa el entendimiento
humano. Solo lo entienden los neoliberales, para quienes la ganancia es Todo.
El capitalismo de guerra (perdona la redundancia) es el mejor de todos: con un
solo cliente, el gobierno, controlado por las corporaciones mafiosas, de lo que
Dwight Eisenhower llamó el «complejo industrial-militar». Se pagan y se dan el
vuelto y todo en familia, sin rostro, sin responsable, o sea, Kafka.
No solo gasta en armas sino en conspiraciones. Mantiene en
todo el planeta un entramado de agencias de espionaje e insurgencia con dinero
suficiente para pagar a los mercenarios más sórdidos, como los que montaron el
espectáculo del Golpe del 11 de abril de 2002 en Caracas, desde los
francotiradores hasta los periodistas que sirvieron de altavoz a la emboscada
diabólica que montaron ese día en Llaguno. Luego lo hicieron en Libia para
justificar la intervención de los Estados Unidos con un monigote llamado OTAN.
Como están haciendo ahora mismo en Siria, en donde no sabemos qué nos están
mostrando en pantalla, porque las agencias advierten que no pueden certificar
la veracidad de los «vídeos aficionados» que están transmitiendo. Si montaron
en Catar (o Qatar) la Plaza Verde de Trípoli, la capital de Libia, ¿por qué no
suponer que la Siria que nos muestran no sea también una escenografía catarí
montada por ambientadores de Hollywood? La primera vez que me mientes es tu
culpa; la segunda es mi culpa.
Han desatado desde Ucrania hasta Venezuela los llamados
«golpes suaves», oxímoron o contradicción similar al «bombardeo humanitario»
inaugurado en Libia. Si el genocida Barack Obama se gana el Nobel de la Paz,
¿por qué no puede haber bombardeos humanitarios?
Es el sueño de más de un literato: invadir la realidad. Lo
logró Cervantes con el Quijote, en donde hay constantemente un laberinto de
espejos en que se hace no solo la novela en la novela, sino la novela que
critica como real una versión apócrifa, la de Alonso Fernández de Avellaneda,
seudónimo de un aprovechador hasta hoy desconocido que se lucró con la tardanza
de Cervantes en publicar la Segunda Parte para presentar una Segunda Parte
apócrifa. En el capítulo LIX de la Segunda Parte Don Quijote lee este apócrifo
y decide no ir a Zaragoza, a donde planificaba acudir, solo para desmentir el
viaje que aparece en la versión apócrifa. Una ficción que dice ser real declara
irreal una ficción de la ficción.
La locura, pero no más locura que irrumpir con un tiroteo
real en un cine que proyecta un tiroteo ficticio, hasta el punto de que quienes
estaban presentes, mejor facultados que nosotros para distinguir lo real de lo
ficticio, pasaron varios segundos sin saber qué era lo real y qué lo ficticio.
Mucho menos nosotros los que no estuvimos allí. Cervantes hizo esto tres siglos
antes de Seis personajes en busca de autor de Luigi Pirandello; de la novela
Niebla, en que su autor Miguel de Unamuno tiene un altercado con su personaje
principal Augusto Pérez. Y así muchos otros escritores de obras que hablan de
sí mismas y de sus autores. Ver capítulo LIX, Segunda Parte, en
http://j.mp/NFcW7R. Ver Literatura y periodismo. Buenas noticias para la gente
inteligente http://j.mp/QpZ44S.
Lo soñó Jorge Luis Borges en más de un relato,
particularmente Tlön, Uqbar y Orbis Tertius, que recomiendo leer en
http://j.mp/O63uvl para mayor y mejor inteligencia de este artículo.
Lo está logrando el cine. La película Taxi Driver, por
ejemplo. John F. Hinckley, Jr., un demente de una familia burguesa de Texas,
acosaba por correo en plena realidad a una de las actrices el filme, Jodie Foster,
diciéndole que mataría al presidente Ronald Reagan si no accedía a sus
requiebros y, en efecto, atentó contra Reagan y por poco no lo mata, todo
imitando al asesino ficticio de la película. De nuevo la realidad imitando el
arte. Hinckley vio Taxi Driver no menos de 50 veces y oía obsesivamente la
banda sonora. Su saturación fue tal que, como Don Quijote, terminó creyendo ser
el taxista de la película, Travis Bickle, el típico automarginado, separado del
mundo, pero atento a él, excombatiente de la Guerra del Vietnam, violento,
tímido, de escasa inteligencia, conspirador solitario que quiere asesinar a un
candidato presidencial, con delirios de grandeza quijotescos, que termina
haciendo el bien involuntariamente y queda para la sociedad como un héroe, ironía
genial de la película de Martin Scorsese, de 1976. Por cierto, Paul Schrader,
el guionista, vivió un episodio de su vida como un solitario automarginado,
etc., que luego inspiró el personaje de Bickle, el taxista de la película.
Las cosas no terminan ahí, Bickle se enamora de la asistente
del candidato, Betsy, quien no le corresponde. Asimismo Hinckley, ¿en la
realidad?, se inventa a una tal Lynn Collins, chica rica y bella, y convence a
su madre de la realidad de este personaje, con viajes, rupturas, reencuentros,
etc. La madre, JoAn, llega a creer la patraña de su hijo, hasta el punto de que
confiesa que sintió un vacío cuando el FBI le informó que Lynn Collins no
existía. JoAn contaba que su hijo no tuvo ninguna otra relación amorosa que
Lynn, o sea, Dulcinea del Toboso. Míralo en http://j.mp/SNeA9r, in English,
sorry.
A finales de los años 70 Eliseo Verón analizó un fenómeno
desconcertante. En una telenovela los protagonistas se casaban, pero el actor y
la actriz que los personificaban también se casaban. La emisora venezolana
Venevisión decidió entonces que fuese una sola ceremonia, de modo que nunca
sabremos quién se casó. Y poco importa, que es lo más revelador de todo esto y
hacia donde va nuestra sociedad contemporánea.
¿No fueron reales las famosas «armas de destrucción masiva»
si causaron una guerra bien real? Tal como Gustavo Martin sostiene que Dios es
una realidad en la medida en que causa efectos bien verdaderos en la sociedad
que Lo profesa. Si existe o no es irrelevante ante esta contundencia
paradójica. Navaja de Ockham ligeramente agnóstica.
Y así podríamos seguir multiplicando los ejemplos, como
Disney, que ha invadido la realidad con toda clase de ambientaciones y muñecos.
Pero ¿debemos sorprendernos? ¿No ha inventado una ficción la dirigencia
opositora venezolana, hasta el punto de que su gente no quiere creer otra cosa
y a partir de esa ficción montaron un Golpe, un Paro, el reality show de la
toma militar de la Plaza Altamira durante tres meses y medio y unas Guarimbas,
focos de violencia urbana, bien reales? Recuérdese que el Paro no ha sido
suspendido sino «flexibilizado»… No hay paro, pero está allí «flexibilizado»
para retomarlo en cualquier momento. Ver «Don Quijote en paro»
http://j.mp/NMAFo5.
Una vez más la ficción irrumpiendo en la realidad y la vida
imitando el arte. O las malas artes.
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